Realidad decorada
con luces psicodélicas,
porros de oídos sordos,
polvos de ojos
corridos a las esquinas.
Realidad torturada,
con publicidad por el suelo
de proyectos cancelados
y noticias en portada
de barcos a la deriva.
Realidad demacrada
con juguetes vivos,
intimidad vociferada
y consecuencias inexistentes
para quien va a 80
sin pensar
que la carretera
un día
se acaba.
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