los verdes
quienes acarician tus cristales.
Ni el piar
quien irrumpe tus sueños.
Ni siquiera el albero
quien baña tus dedos.
No son ya tus pasos,
protagonistas de tus altos,
siervos de tu parla.
No son ya la colmena,
ni la abeja
que picaron tus manos
escribiendo,
aun apuntando al poema,
que hoy sí es.
Pero no es suficiente
y ando buscando
un aguijón descendiente,
por si mis manos
de tu sangre se mezcla.
A Bécquer.
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