Rompí la lírica
de musa acartonada,
propiedad del ego,
profeta de siervas,
cegadas.
Después cimientos
y cadenas
con polvo por tiempo.
Sangre oxidada,
agua salada,
gritos a ciegos,
que poco le importaban
algo más que su espada.
Pasaron de lejos,
cuervos negros
que eché queriendo.
Pulcro suelo que limpié
y no por ti,
porque quise.
Pero no importó,
que el agua,
ardiente,
lloviera.
y aun así,
volvería,
a convocar tormentas.
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