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martes, 4 de agosto de 2020


Un techo de copas,
hojas verdes allá arriba,
tapando el sol o enseñando
entre sus huecos circonita.

La indivisible luz solar,
fragmentada en infinitas estrellas,
con un cielo nocturno a base
de hojas superpuestas.

En el suelo, a vista de insecto,
vas caminando entre sus troncos,
oscuros, inmensos,
de un áspero agresivo,
pero tan inquebrantables, siempre rectos.

La tierra se encharca,
con hasta una pareja de dedos de agua,
para tu yo en miniatura suficiente,
al menos da sed y es tan clara.

Ramos de hojas estrechas y afiladas,
de verde claro y carne tierna,
abarcan la tierra encharcada.
A contraluz se ven las fibras,
conforme suben arqueadas,
como si el bosque las hubiese hecho
una a una, a pinceladas.

La tierra, tan negra y limpia,
si tuviese raíces la comería,
pero no caerá la suerte
de estar en ese escenario,
toda una vida.


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